J. N. Darby
Este es el tiempo de prueba para los amados hermanos reunidos al nombre (y para el nombre) del Señor Jesús, porque las pretensiones y la energía del hombre se están manifestando fuertemente. No es cosa fácil contentarse con ser simplemente lo que somos en realidad ante Dios. Los tiempos de “avivamiento” ponen de manifiesto los pensamientos de muchos corazones; pero aprender, en un día de gracia, a estar quietos, y saber que Dios es Dios, es algo que está completamente por encima de la educación de la carne.
El espíritu de la época afecta a muchos cristianos, que se afanan en restaurar las cosas antiguas para el servicio de Dios, en lugar de quebrantarse ante Él por el sentido de su caída. No dudo en absoluto de su sinceridad, pero me temo que no se han juzgado a sí mismos y no conocen el verdadero estado de ruina que les rodea; de modo que no pueden tener una confianza adecuada sólo en el Dios vivo, como el Dios de todos los recursos, en medio de una escena en la que el hombre ha fracasado en todas partes y en todo. Nunca debemos tener miedo de toda la verdad. El confesar abiertamente lo que somos en presencia de lo que Dios es, es siempre el camino hacia la paz y la bendición. Incluso cuando sólo dos o tres están reunidos ante Dios, si es así con ellos no habrá decepciones ni esperanzas ilusorias. Si los pozos cavados en los días de Abraham se llenaron y se taparon con tierra, nosotros tenemos que ver con un Dios que puede sacar agua de la roca golpeada, y hacerla fluir en el desierto seco, para refrescar a Su pueblo sediento y cansado. No envidio el trabajo de los que cavan canales en la arena para los cursos de agua que, después de todo, pueden tomar otra dirección.
Los modos de actuar de Dios, en todos los tiempos de bendición, consiste en reproducir las glorias y la obra del Señor Jesús. Cuanto más oscura se vuelve la larga noche de la apostasía, más claramente se hace ver la Luz de la Vida. La palabra para el remanente es: “Santificad a Dios el Señor en vuestros corazones” (1 Pedro 3:15). Él es el único centro de la reunión. Los hombres pueden hacer confederaciones entre ellos, teniendo muchas cosas por objeto o por meta, pero la comunión de los santos no puede conocerse a menos que cada línea converja hacia este Centro viviente. El Espíritu Santo no reúne a los santos en torno a meras opiniones, por muy ciertas que sean, sobre lo que es la iglesia, sobre lo que ha sido o lo que puede ser en la tierra, sino que siempre los reúne en torno a esa bendita Persona, que es la misma ayer, hoy y para siempre. “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20). Se puede estar seguro de que Satanás y la carne tratarán de resistir esta obra y este camino del Señor, o tratarán de anularlos.
Tenemos que cuidarnos de la jactancia, como hace la gente en estos días; tenemos que estar quietos en la presencia de Dios. Hay mucha independencia y voluntad propia en casi todas partes. “Haremos grandes cosas” es el grito más inapropiado que podemos escuchar justo en este momento, cuando la luz ha mostrado lo poco que hemos hecho. Dios quiere que conozcamos Su verdad como la que nos hace libres. “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). Esta libertad no es de la carne, porque penetra en nuestro corazón con toda la realidad de una separación bien conocida por Dios, quien es santo. Entramos, sin obstáculos, en esta posición, con los corazones rotos y humillados. Si alguien habla de la separación del mal, sin humillarse, que tenga cuidado para que su posición no se convierta simplemente en la que en todos los tiempos ha constituido sectas, y producido herejías doctrinales.
En cuanto a nuestro servicio, hemos visto a nuestro precioso Señor y Maestro, en un profundo humillamiento de Sí mismo, lavando los pies de Sus discípulos, convirtiéndose en un ejemplo, ¿para quién? Para nosotros, seguramente. Ahora bien, no conozco ningún servicio que sea digno de Él, o agradable a Él, si no se hace en humillación. No es el momento de hablar de un lugar para nosotros. Si la iglesia de Dios, tan querida por Cristo, recibe deshonra en este mundo; si es esparcida, ignorante, afligida — él que tiene la mente de Cristo ocupará siempre el lugar más bajo [es decir, humilde]. El verdadero servicio de amor procurará dar según la necesidad, y nunca pensará en despreciar a aquellos objetos del amor del Maestro, a causa de su necesidad. Los hombres enseñados por Dios para Su servicio, proceden de un lugar de fuerza, donde han aprendido su propia debilidad y su propia nada. Descubren que Jesús lo es todo en la presencia de Dios, y Jesús lo es todo para ellos en todas las cosas y en todas partes. Tales hombres, en las manos del Espíritu Santo, son verdaderas ayudas para los hijos de Dios, y no contenderán por un lugar, o una distinción, o por la autoridad, entre el rebaño disperso. La comunión de un hombre con Dios acerca de la iglesia se mostrará en una disposición a no ser nada en sí mismo, y tal hombre se regocijará en su corazón de gastar y ser gastado.
En nuestros recuerdos personales, tenemos lecciones que aprender con temor y temblor. Que el pensamiento del poder nunca ocupe demasiado nuestro corazón. “De Dios es el poder” (Salmo 62:11). Hace casi veinte años hubo una época de gran emoción; en todas partes la gente buscaba el poder, y habría cruzado los mares para encontrarlo. Muchos pensaban en la iglesia, pero era más bien [el pensamiento] de una iglesia en poder. Sintiendo que el poder se había perdido, decían: ¿Cómo vamos a recuperarlo? A partir de entonces volvieron a ocuparse de las cosas terrenales, como si pudieran obrar la liberación en esta tierra. Muchos recuerdan cómo, en aquella época, Satanás pudo hacer al hombre prevalecer; el resultado ha sido el mismo en todas partes. Cualquiera que fuese la forma que adoptaron tales esfuerzos, siguieron los engaños, e invariablemente se convenía en renunciar a ellos (pues todos fracasaban en su fin), y nada más que sectas fue el resultado. Había marcas mortales de hostilidad contra el Señor Jesús; o bien, si se dejaba Su nombre sin mancha, se preparaba el camino para otro resultado terrible, a saber, anular la presencia del Espíritu Santo que es el Único que puede glorificar a Jesús.
El gran Pastor no olvidará el trabajo realizado en Su nombre, que ha sido hecho con un corazón dispuesto por Sus amadas ovejas, tan pobres y necesitadas. En el día de Su aparición, una abundante alabanza y una inmarcesible corona de gloria serán la porción de quienes actúen así. Dios recordará todo lo que puede recordar, y nada perderá su recompensa. No me sorprenden las decepciones que han seguido a todos los esfuerzos que la gente ha hecho en la iglesia para introducir algún sistema formal de ministerio, autoridad o gobierno. Dios no puede permitirnos engrandecer el terreno sobre el cual, en estos días, se complace en encontrar y bendecir a Sus santos. Sabemos bien, cuál es el camino de la carne, que nunca se ha preocupado en absoluto por la caída de la iglesia: es tratar de ocupar una posición entre los hombres en el lugar que Dios nunca le ha concedido.
Hay una gran enseñanza en la conducta de Zorobabel, relatada en el libro de Esdras. El hijo y heredero de David ocupa su lugar con el remanente que regresó del cautiverio; se contenta con trabajar en Jerusalén, sin trono y sin corona. Construyendo el altar del Señor y la casa de Dios, sirvió a Dios y a su generación con toda sencillez. Heredero del lugar que Salomón había ocupado en los días de prosperidad y gloria, no habla de su nacimiento, ni de sus derechos. Sin embargo, es fiel en todo el camino de la separación, de dolor y de conflictos que se ve obligado a atravesar. Que el Señor nos dé para estar más y más confiados en Él, en estos días de prueba. “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:10), es una lección que Pablo tuvo que aprender mediante un proceso muy humillante. Si hablamos de nuestro testimonio en la tierra, pronto será evidente que todo es debilidad. Pero si el Dios vivo tiene, por medio de nosotros, un testimonio de Su propia gloria sobre la tierra, entonces el sentido de la debilidad sólo nos llevará más directamente al lugar de Su poder. Un apóstol con un aguijón en la carne aprendió la suficiencia de la gracia de Cristo. Un pequeño remanente se vuelve a reunir, sin tener nada de lo que pueda gloriarse en la carne; pero es así como está dispuesto a permanecer fiel al nombre de Jesús, en un momento cuando, lo que parecía ser algo grande ante los hombres, ha fracasado.
Ni la ira, ni la prudencia, ni las pretensiones del hombre, pueden hacer nada en el estado de confusión en que se encuentra ahora la iglesia. Confieso libremente que no tengo ninguna esperanza en los esfuerzos que muchos hacen para asegurarse una posición eclesiástica. Cuando la casa está arruinada en sus cimientos por un terremoto, poco importa cómo se intente convertir las ruinas en una morada agradable. Será mejor que nos quedemos donde el primer descubrimiento de la ruina (por obra del hombre) nos ha colocado: con la cara en el polvo. Tal es el lugar de la humildad, y, después de todo, es el lugar de la bendición. En el Apocalipsis, es al caer a los pies de Cristo, que Juan se entera del estado real de las iglesias. Después fue llevado al cielo, para que desde allí pudiera ver los juicios que vendrían posteriormente sobre la tierra; pero el mal en la iglesia no puede ser bien conocido, a menos que uno se humille a los pies de Jesús.
He leído de una ocasión en la que varios estaban reunidos con tal dolor de corazón, que durante mucho tiempo no pudieron pronunciar una sola palabra; pero el suelo de la sala estaba mojado con sus lágrimas. Si el Señor nos concediera de nuevo tales reuniones, sería nuestra sabiduría frecuentar estas casas de lágrimas. “Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán” (Salmo 126:5). Esto no sólo es cierto para el remanente terrenal, también está escrito para nosotros. De buena gana emprendería un largo viaje para unirme a estos afligidos; pero por nada daría un paso con el objeto de recibir de manos de hombres “de gran excelencia” quienes buscan un poder para “derribar todo hoy, y reconstruir mañana.”
Todo lo que debemos hacer es caminar atentos, y en quietud, siempre pensando en los intereses del Señor Jesús, y sin tener nada para nosotros mismos, nada que ganar, y nada que perder. El camino de la paz, el lugar del testimonio, está en buscar cómo agradar a Dios. Debemos vigilarnos a nosotros mismos — no sea que, después de haber sido preservados de la corrupción del siglo por las preciosísimas verdades que se nos han revelado en nuestra debilidad, seamos tomados en la red de la soberbia, o arrojados a la insubordinación. Estas son cosas que Dios nunca puede reconocer o tolerar, ya que estamos llamados a “guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.”
La palabra de Dios sigue siendo la misma hoy, y por siempre. Nada de lo que ha sucedido ha cambiado Su propósito para glorificar al Señor Jesús. Si somos humildes ante Él, todo lo que sea para la gloria de Cristo será de la mayor importancia para nosotros. ¿Qué es lo que más nos importa?
No me cabe duda de que si nos mantuviéramos cerca de Cristo, Su Espíritu nos guiaría en nuestros tratos con los demás. No siempre somos conscientes de la guía divina aunque esté ahí; pero la palabra viene de Cristo a las almas a las que tenemos que hablar, aunque sea rechazada…. Pero nuestra parte es de mantenernos cerca de Cristo, para que sea “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20), y así Él actúa en nuestros pensamientos y caminos sin que nosotros, en ese momento, pensemos en Él directamente; pero siempre tenemos la conciencia de hablar por Él y de Su presencia.
El Espíritu y la palabra no pueden separarse sin caer, como resultado, en el fanatismo, o en el racionalismo — [El separar estas dos cosas] es ponerse fuera del lugar de la dependencia de Dios y de Su guía divina.