Como se requería una nueva edición de este libro de himnos, el editorial pidió al editor actual que se encargara de ello. Por supuesto, la responsabilidad de su nuevo contenido y forma debe recaer en él; pero como estaba destinado a todos, se consultó con otros hermanos de diversos lugares, los que encontró en su camino, quienes pensaba el editor que podrían ayudar en la obra, una obra mucho más difícil de lo que imaginan los que nunca la han emprendido.
Se necesitan tres cosas para un libro de himnos. Una base de verdad y sana doctrina. Algo al menos del espíritu de la poesía, aunque no la poesía en sí misma, que es objetable, como meramente el espíritu y la imaginación del hombre; y en tercer lugar, la más difícil de encontrar, ese conocimiento experimental de la verdad en los afectos que permite a una persona hacer de su himno (si es llevado por Dios para componerlo) el vehículo en el pensamiento sostenido y el lenguaje de la gracia práctica y la verdad, que pone al alma en comunión con Cristo y se eleva incluso al Padre, y sin embargo esto de tal manera que no es una mera experiencia individual, que para la adoración de la asamblea, está fuera de lugar. En una palabra, es el amor del Padre, y Cristo desarrollado en los afectos del alma, elevándose en alabanza de nuevo a su fuente. Sólo Dios puede dar esto para satisfacer las necesidades de una asamblea. Como la oración de la asamblea, no debe elevarse demasiado completamente más allá del estado de la asamblea, sino que debe llegar hasta Dios, y elevar los afectos de la asamblea hasta Él, de modo que lo que Él está en gracia, desarrollado en los afectos del alma, debe ser proclamado conjuntamente. No se trata de meras necesidades – eso sería un himno para una reunión de oración. Se ha hablado de una base de verdad, o, para hablar más justamente, de la verdad; esto es evidente y fundamentalmente necesario (pero mucho más lo es). Sobre esta verdad se basa una gran esfera de pensamientos, sentimientos, experiencias y esperanzas escriturales, en la que se mueve el alma – es algo que debería ser escritural.
Ahora bien, en un gran número de himnos, hay una verdadera piedad en los afectos, pero relacionada con expresiones que no tocan ninguna gran verdad fundamental, que a la vez no son escriturales — y así los mejores afectos están relacionados con pensamientos que no son escriturales, y esto es una herida muy real para el alma. Supongamos, pues, la incertidumbre en cuanto a la salvación, la ausencia del espíritu de adopción, la esperanza brillante de estar en la gloria cuando se muera; éstas se toman simplemente como ejemplos, pues se aplica a muchísimos puntos, y las personas se enojan bastante al perder un himno del cual han disfrutado su piedad, pero que ha conectado sus esperanzas y afectos con lo que no es escritural. Muchos de ellos han sido eliminados hasta ahora de la colección, pero aún queda algo por hacer. Los himnos deben ser sencillos, llenos del amor de Cristo y del Padre, no contaminados, y en cierta medida elevados para no ser mera prosa. El cantante debe estar allí, pero el cantante debe asociarse en sus pensamientos con Dios lleno de lo alto; pero no para individualizarse y dejar la asamblea detrás de él. Muchos de los más dulces himnos son demasiado individuales, demasiado experimentales, para una asamblea. En esta colección se añade por tanto un apéndice donde puede haber tales himnos hermosos, pero que cuyos contenido piensa menos de la asamblea. Cuando es posible, los himnos para la asamblea están en el plural. Hay himnos que se adaptan a las reuniones de oración, a la devoción a la casa, incluso al evangelio; aunque allí la dificultad es muy grande. Abstractamente se hace cantar a la gente como si tuviera ciertos sentimientos, y luego se les predica porque no los tienen.
Pero en la cristiandad actual, las cosas no están tan definidas, y hay almas ocultas y deseos ocultos que el himno puede expresar, y liberar un alma o hacerla comprender el amor de Dios a veces más eficazmente que el sermón; aún así hay un peligro muy grande de engaño generalizado y de aprehensión suelta del pecado y la gracia, y la dificultad es muy real. A menudo se encuentran los cantantes más ruidosos donde la conciencia es la menos alcanzada.
Finalmente se añade lo que quizás debería haber venido primero: el gran principio en la selección y corrección ha sido, que no debería haber nada en los himnos para la asamblea sino lo que era la expresión de, o al menos consistente con, el lugar consciente del cristiano en Cristo ante el Padre.
El lector notará amablemente que hay cambios necesarios al poner “nosotros” por “yo”, lo cual, de no ser por eso, no habría habido ocasión de hacerlo.
El libro se encomienda a Aquel que es el único que puede dar cánticos por la noche, confiando en que un libro de cánticos, que ya es el más conocido por el editor, puede ser aún más útil para los hermanos seguros de que el Espíritu, que es el único que puede indicar un himno genuino, puede por sí solo permitir que se cante correctamente.
J. N. D.
Traducción del inglés por G. Lewis, una revisión por C. Fernandez