Por John Brereton
ÍNDICE
II. La enseñanza del “un solo cuerpo”
III. La morada del Espíritu Santo
V. Una mesa
I. El día de Pentecostés
Hechos 2:1-4, 41-42: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.”
Vemos que lo que el Señor Jesús había hablado sobre la iglesia en Mateo 16 y 18, es ahora un hecho consumado. El capítulo 2 de Hechos nos revela que ya ha sido realizado. El Espíritu de Dios ha venido. Aquel viento impetuoso y poderoso era el símbolo del Espíritu de Dios, que había venido al mundo para vivir como una Persona divina sobre la tierra. El resultado fue que ese día se creó algo que nunca antes había existido en la tierra: el cuerpo de Cristo — formado por todos los creyentes habitados por el Espíritu de Dios. Estos creyentes salieron y predicaron el evangelio ese día y tres mil almas se salvaron.
Hermanos, ¿a qué se unieron? ¿A qué organización se unieron? Si miran los versículos 46-47, dice: “Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.”
II. La enseñanza del “un solo cuerpo”
En 1 Corintios 12:12-13 leemos: “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.” Aquí tenemos la explicación de lo que ocurrió en el día de Pentecostés. No me cabe duda de que si aquel día se le hubiera preguntado a Pedro el significado de lo que había sucedido, lo único que habría podido decir es que, “era la promesa del Padre — el Espíritu Santo ha venido para estar con nosotros y en nosotros.” El Señor se lo había dicho. Pero ahora el Apóstol Pablo es utilizado para revelar el significado de lo que sucedió en ese día de Pentecostés. “Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados [para ser constituídos] en un cuerpo.”
No es que no fueran salvos, sino que no habían sido reunidos en un solo cuerpo. Para que esto sucediera, el Espíritu de Dios tenía que venir, y eso tenía que esperar para el día de Pentecostés. Pero ahora se nos dice que en ese día se formó un solo cuerpo, y por la maravillosa gracia de Dios, el Espíritu de Dios no sólo unió a todos los creyentes en un solo cuerpo, sino que también nos unió a la Cabeza, que está en el cielo – el Señor Jesucristo. Por eso dice aquí en 1 Corintios 12:12: “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo.” Esto significa que el cuerpo y Su Cabeza tienen un nombre, y ese nombre es Cristo. ¿No es algo maravilloso?
Recuerdan, cómo dice de Adán y Eva, que Dios los miró y “llamó su nombre Adán” (Génesis 5:2).
Eva estaba tan íntimamente identificada con Adán que tomó su nombre. Aquí encontramos que el cuerpo se identifica con la Cabeza. La Cabeza está en el cielo y el cuerpo está aquí en la tierra. Tan íntimamente estamos tú y yo unidos a nuestra Cabeza en el cielo, tan unido está el cuerpo a la Cabeza, que la Palabra de Dios da a la Cabeza y al cuerpo un mismo nombre. Ese nombre es Cristo. “Así también Cristo.” — “Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo.”
III. La morada del Espíritu Santo
¿Pertenece usted al Señor Jesucristo? ¿Ha creído en el evangelio de su salvación? Si lo ha hecho, entonces la Palabra de Dios dice que ha sido sellado con el Espíritu Santo de la promesa. En el momento en que usted aceptó a Cristo como su Salvador y creyó en el evangelio de su salvación, el Espíritu de Dios vino a morar en usted. Fue sellado por la morada del Espíritu de Dios, y en el mismo momento fue hecho parte del cuerpo de Cristo. Por la morada del Espíritu de Dios, fue introducido en lo que se formó en el día de Pentecostés, y si pertenece a Cristo, el Espíritu mora en usted y forma un vínculo divino, que le une, no solamente a todos los demás creyentes sobre la faz de la tierra, sino también a Cristo, su Cabeza que está en el cielo.
En 1 Corintios 12:25-27 leemos: “Que no haya cisma en el cuerpo, sino que los miembros se preocupen los unos por los otros. Y si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; o si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con él. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros en particular.” Aquí encontramos el cuidado del Señor por el cuerpo — y como los miembros, somos llamados a tener ese mismo cuidado los unos por los otros.
IV. La unidad del Espíritu
En Efesios 4:1-4 leemos: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; [hay] un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación.”
Lo que tuvo lugar el día de Pentecostés fue la formación del cuerpo de Cristo. Ahora se nos dice que no es simplemente que había un cuerpo, sino que hay un cuerpo. Hoy es tan cierto como lo fue en el día de Pentecostés: “[Hay] un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación” (Efesios 4:4).
En el día de Pentecostés, los creyentes estaban todos juntos, con un acuerdo, en un lugar, pero el hecho de estar todos juntos no los convirtió en un solo cuerpo. Los tres mil no fueron hechos miembros del único cuerpo de Cristo porque tan sólo siguieron con los demás. Fueron hechos parte del cuerpo de Cristo por la morada del Espíritu Santo en ellos, y en el día de Pentecostés cuando alguien se salvó, el Espíritu de Dios vino a morar en esta persona — y cuando una persona se salva hoy, es morada por el mismo Espíritu de Dios. En el día de Pentecostés el alma salvado fue agregado a la iglesia (la asamblea), y el alma que es salvado hoy es inmediatamente agregado a la asamblea de Dios por el Espíritu de Dios. Nada ha cambiado. En lo que respecta a Dios y en lo que respecta a lo que es vital, todavía hay un cuerpo y un Espíritu.
Hoy cuando usted y yo miramos a nuestros alrededores, vemos muy poca evidencia externa de esta verdad que hay un solo cuerpo; no obstante, la verdad de Dios permanece, y hay un solo cuerpo. El Espíritu de Dios ha mantenido lo que formó en el día de Pentecostés. El Espíritu de Dios no se ha fragmentado. A pesar de la flaqueza y el fracaso del hombre, el Espíritu de Dios no ha visto destruida Su obra. Lo que Él formó todavía existe, pero la Palabra de Dios dice: “Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:3). Esforzándonos para guardarla. Dios ha formado, por Su Espíritu, la unidad del cuerpo, y es inquebrantable. Pero la unidad del Espíritu – el testimonio de ella que debe ser una representación ante este mundo que el único cuerpo de Cristo es una realidad – está tristemente fragmentada hoy.
El hecho de que esté tan fragmentado el testimonio de la verdad del único cuerpo de Cristo que Dios pretendía que se viera en este mundo, no deja de un lado en absoluto su responsabilidad y la mía de esforzarnos para “guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.”
V. Una mesa
Leamos 1 Corintios 10:15-21: “Como a sensatos os hablo; juzgad vosotros lo que digo. La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan. Mirad a Israel según la carne; los que comen de los sacrificios, ¿no son partícipes del altar? ¿Qué digo, pues? ¿Que el ídolo es algo, o que sea algo lo que se sacrifica a los ídolos? Antes digo que lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios. No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios.”
Dios ha formado este cuerpo por Su Espíritu. Se nos instruye que debemos esforzarnos para guardar la unidad del Espíritu — es decir, para actuar de tal manera, por medio de nuestras relaciones con los demás, como para conformarnos bíblicamente a la verdad de lo que Dios ha establecido por medio de Su Espíritu. Dios ha formado un solo cuerpo, y al esforzarnos por guardar la unidad del Espíritu, queremos actuar de tal manera que mostremos que hay un solo cuerpo formado por el Espíritu de Dios.
La comunión
El partimiento del mismo pan por todos los creyentes es una de las formas (de hecho la principal) que Dios ha dado a Su pueblo para manifestar esta verdad que hay un solo cuerpo.
Encontramos en 1 Corintios 10, que “la copa de bendición que bendecimos” (la comunión de la sangre de Cristo), se menciona primero porque, antes de que podamos dar el paso para ser llevados a la mesa del Señor, necesitamos conocer la basis de nuestra aceptación allí, y esa es la preciosa sangre de Cristo. Al ser salvados a través de la preciosa sangre de Cristo, somos habitados por el Espíritu Santo. Al ser habitados por el Espíritu Santo, somos hechos miembros del cuerpo de Cristo — y al ser miembros del cuerpo de Cristo, nuestro lugar es la mesa del Señor.
A continuación leemos sobre el cuerpo: “El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan.” Allí, en ese pan, está representado cada miembro del cuerpo de Cristo: ¡un pan, y un cuerpo! Miramos el pan el Día del Señor, y lo que vemos allí es el símbolo que Dios nos ha dado para representar lo que Dios ha formado por Su Espíritu: el único cuerpo de Cristo.
La cena del Señor
Cuando hablamos de la mesa del Señor y de la cena del Señor, estamos hablando de lo que es infinitamente precioso, y sin embargo debemos ser conscientes siempre de la verdad de que “la santidad conviene a tu casa, Oh Jehová, por los siglos y para siempre” (Salmo 93:5). Se les dice en 1 Corintios 11:28: “Pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa.” Debían examinarse a sí mismos y desechar lo que era contrario a la Palabra de Dios, y luego debían participar de ese pan y beber de esa copa.
Pero, hermanos, ¿qué ha sucedido en la cristiandad de hoy? El hombre se examina a sí mismo o a otros y dice: “No me gusta. Creo que esa gente es demasiado estricta. Voy a empezar mi propia mesa y voy a reclamar la presencia del Señor también. Reclamaré que me reúno en el nombre del Señor también”. O tal vez se requiere la disciplina, y el resultado es que el hombre que es apartado forma su propia mesa, como lo hizo Jeroboam. Así que miramos a nuestro alrededor hoy y vemos a los santos de Dios divididos en tantas compañías. La Palabra de Dios, mediante un lenguaje que no puede ser más claro, nos muestra que sólo podemos participar de un pan para así expresar que hay un solo cuerpo. Los corintios debían examinarse a sí mismos y así participar de ese pan — no de un pan de su propia conveniencia.
Hay problemas y dificultades que asedian al pueblo del Señor al actuar según este principio, pero el hecho es que Dios por su Espíritu sigue congregando al nombre del Señor Jesucristo. Permanece verdadero lo que debe caracterizar a los que se reúnen de esta manera:
- Un esfuerzo para mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz
- Una separación del mal (o doctrinal, o moral, o eclesiástico)
- Un sentido consciente del nombre al que nos reunimos y de Su presencia allí.
Tal será una casa de oración, un lugar donde se ejerce la disciplina para mantener la santidad, y un lugar, por encima de todo, donde se adora al Señor.
Nunca debemos esperar que el Señor Jesús haga algo que frustre Su propio propósito y Su propia oración que todos “sean uno… para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:21). Él será hecho, y sigue siendo, el centro de reunión al cual Él reúne a todo Su pueblo alrededor de Sí mismo, donde ellos pueden participar del un solo pan y expresar que son un solo cuerpo.
Traducido con permiso por G. Lewis, 09/25/2021